miércoles, 8 de mayo de 2013

El Cuerpo


EL CUERPO
Carlos María Martini
Traducción de P. Ernesto

Los jóvenes y la castidad. El empeño de vivir la castidad  en la edad juvenil crea condiciones óptimas para una transparencia interior que permite escuchar, más allá de cualquier cerrazón  y pesadez, la palabra de Dios y las sugerencias del Espíritu.  Por eso, es casi imposible  que nazca una vocación  evangélica allí  donde no se ha vivido  un sincero esfuerzo de castidad.  El joven casto se vuelve obediente a las más puras inspiraciones y es capaz de decir sí al Señor  superando la propia fragilidad e inercia.  La castidad no reprime los deseos, no los ridiculiza ni los niega. Más bien, los orienta  desde el interior y a la vez sostiene el tentativo del joven de abrirse a un modo diverso y más profundo de mirar y discernir la realidad.  Poco a poco, el joven entiende que no hay que instrumentalizar la sexualidad y tanto menos, estropearla o violentarla, sino asumirla a partir del significado al que se abre y que la atraviesa.

Una propuesta de gran valor. A los jóvenes no les disgusta una valiente propuesta de castidad. Al contrario, la exigen de sus educadores, aun siendo conscientes de las propias contradicciones  y de los compromisos fáciles. Los jóvenes y los adolescentes intuyen, tal vez mejor que los adultos, que está en juego el amor y el uso correcto del inestimable patrimonio de la sexualidad. Ellos temen agotar  los recursos que la naturaleza les ofrece para ayudarlos a hacer opciones de amor.

El plan de Dios. La educación al significado de la sexualidad no se reduce a una atención genérica a lo humano y ni siquiera a resultados  de las ciencias humanas, sino que se extiende al plan de Dios. Esto porque el cuerpo es morada de Dios, el lugar de su manifestación, la expresión visible del misterio de la Trinidad invisible, que es suprema libertad y supremo amor: “No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios mora en ustedes?”  (1Co 3,16).          

No hay comentarios:

Publicar un comentario