EL CUERPO
Carlos María Martini
Traducción de P. Ernesto
Los jóvenes y la castidad. El empeño de vivir la
castidad en la edad juvenil crea
condiciones óptimas para una transparencia interior que permite escuchar, más
allá de cualquier cerrazón y pesadez, la
palabra de Dios y las sugerencias del Espíritu.
Por eso, es casi imposible que
nazca una vocación evangélica allí donde no se ha vivido un sincero esfuerzo de castidad. El joven casto se vuelve obediente a las más
puras inspiraciones y es capaz de decir sí al Señor superando la propia fragilidad e
inercia. La castidad no reprime los
deseos, no los ridiculiza ni los niega. Más bien, los orienta desde el interior y a la vez sostiene el
tentativo del joven de abrirse a un modo diverso y más profundo de mirar y discernir
la realidad. Poco a poco, el joven entiende
que no hay que instrumentalizar la sexualidad y tanto menos, estropearla o
violentarla, sino asumirla a partir del significado al que se abre y que la
atraviesa.
Una propuesta de gran valor. A los jóvenes no les disgusta una valiente propuesta de castidad. Al contrario,
la exigen de sus educadores, aun siendo conscientes de las propias
contradicciones y de los compromisos
fáciles. Los jóvenes y los adolescentes intuyen, tal vez mejor que los adultos,
que está en juego el amor y el uso correcto del inestimable patrimonio de la
sexualidad. Ellos temen agotar los
recursos que la naturaleza les ofrece para ayudarlos a hacer opciones de amor.
El plan de Dios. La educación al significado de
la sexualidad no se reduce a una atención genérica a lo humano y ni siquiera a
resultados de las ciencias humanas, sino
que se extiende al plan de Dios. Esto porque el cuerpo es morada de Dios, el
lugar de su manifestación, la expresión visible del misterio de la Trinidad
invisible, que es suprema libertad y supremo amor: “No saben que son templos de
Dios y que el Espíritu de Dios mora en ustedes?” (1Co 3,16).
No hay comentarios:
Publicar un comentario